Nada es lo que parece
Por Andreu Jerez
- Lectura en 4 minutos - 773 palabrasEn la política turca nada es lo que parece. Ésta es una de las máximas con las que se manejan los periodistas extranjeros en este país para intentar no errar en sus análisis. Es algo en lo que coinciden Andrés Mourenza, que trabaja para la agencia EFE y El Periódico de Catalunya, y Ricardo Ginés, quien lo hace para La Vanguardia. No en vano, “sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo” y “mejor me callo” son dos citas sacadas de sus respectivos blogs periodísticos cocinados desde Estambul. Dos sentencias que parecen advertir a cualquiera que se enfrente a la tarea de explicar tanto el conficto kurdo como cualquier otro asunto espinoso de la realidad política interior y exterior de Turquía sobre la dimensión de la empresa. Y en ésas estoy yo. La teoría de que el PKK está detrás de los atentados perpetrados en Ankara y Siirt esta semana parece confirmada. La agencia de información Firat afirma haber recibido un email en el que la facción radical TAK (Kurdistan Freedom Falcons) del PKK reivindica los ataques. TAK va más allá amenazando con atacar a civiles y turistas si la aviación turca sigue castigando posiciones del grupo armado kurdo en las montañas suorientales. Mientras, la plana mayor del PKK niega estar relacionada con los atentados. “El PKK presenta a TAK como si fuera un hermano pequeño y travieso al que no puede controlar”, me comenta en su piso con maravillosas vistas al Bósforo la popular escritora kurda Bejan Matur. Precisamente ella publicó un libro sobre la “cuestión kurda” con entrevistas a generales del grupo armado kurdo, “algo impensable hace cinco años”, en su opinión. Bejan cree que esa presunta relación conflictiva entre las diversas facciones coexistentes dentro del PKK no es más que una táctica militar más dentro del poliédrico y complicado conflicto. Y añade algo más: “Nunca antes el PKK había sido tan fuerte y sucio como ahora”. Esto lo declara una escritora kurda que reconoce que la actual constitución de la República kemalista osbtaculiza cualquier posible solución del conflicto, y que exige cambios radicales.
“Sin duda, la actual Constitución contiene elementos racistas”, me confiesa en su despacho Gencer Özcan, profesor de política de la elitista Universidad de Bilgi. Desde su ventana se divisa el pobre barrio de Dolapdere, habitado en gran parte por kurdos procedentes del sureste. Gencer, más allá que una mera reestructuración del Estado que concediese autonomía política al Kurdistán turco, cree que la solución reside en el reconocimiento de los “derechos identitarios individuales” más que en los colectivos. Es decir, que la ciudadanía del Estado turco deje de residir en un concepto étnico turco para convertirse en un sistema abierto en el que nadie imponga nada a nadie. Bejan está de acuerdo: “Si hablas con turcos sobre el problema kurdo, te suelen decir que no hay tal problema, sino que sólo hay terrorismo”, con falta de perspectiva absoluta sobre el conflicto. En opinión de Bejan, los turcos ni siquiera son conscientes de la imposición identitaria y la asimilación que supuso la fundación de la República kemalista. Para la escritora, además, ese proceso incluso se remonta a la modernización del Imperio Otomano hace 300 años.
Mientras el Gobierno islamista y su base social intentan transmitir al visitante extranjero una imagen de normalidad, de venderle el discurso de que los procesos de democratización y crecimiento económico de Turquía son sólidos, analistas locales ya vaticinan un recrudecimiento de la violencia entre el PKK y las fuerzas de seguridad turcas. Un recrudecimiento en el que las grandes ciudades occidentales podrían ser el nuevo escenario de una guerra entre una policía militarizada y un PKK más urbano, que abandonaría así su carácter de guerilla, algo desfasado para los tiempos que corren. De hecho, y como apunta el profesor Gencer, Diyarbakir hace tiempo que ya no es la ciudad kurda más poblada: “Estambul es ahora el lugar con una mayor población kurda”. “Cinco millones”, puntualiza Bejan. Uno de ellos es Sivan, propietario de un negocio. “Si te muestras débil, los turcos te machacan. Pero si te muestras fuerte y tu gente te arropa, el turco te respeta”, afirma con una sonrisa. Ya sea en las montañas o en las grandes ciudades, los kurdos se caracterizan por ser “muy orgullosos”, en palabras de Bejan. “No seremos como ellos quieren que seamos”, responde Zivan a mi pregunta sobre la reformas llevadas a cabo por Erdogan. El agravamiento de la guerra kurda parece servido en bandeja, aunque ya se sabe: aquí nada es lo que parece.