Pensión Calatrava
Por Carles Castro
- Lectura en 3 minutos - 444 palabrasReportaje fotográfico Ganador del X Fòrum Fotogràfic de Can Basté “Hay ciudadanos de primera, de segunda e incluso de tercera, pero a nosotros no nos consideran ni ciudadanos”. Alfonso Resignadas con la vida, bajo el puente de Bac de Roda sobrevive una decena de personas sin hogar. El desahucio está cerca, la impoluta estructura blanca, diseñada por el arquitecto Santiago Calatrava, coronará la futura estación del tren de alta velocidad en el barrio de la Sagrera. El día en que los funcionarios municipales lleguen para desalojar el espacio recogerán sus escasas pertenencias sin más y marcharan en busca de acomodo a otro pedazo de ciudad. Un censo publicado recientemente por la Fundació Un Sol Món cifra en 1.800 el número de personas sin hogar que viven en la ciudad de Barcelona. De ellas, la mitad pernoctaría cada noche en la calle. Es utópico establecer un perfil único de la persona sin hogar, las vidas de Alfonso, Xavi o ‘Pibe’ sólo tienen un punto en común: el polvoriento descampado que habitan. La desventura (infancia marginal, ruptura de lazos laborales y familiares, falta de documentos) o un camino errático han condenado a la mayoría. Sin embargo, para unos pocos, como Pedro, la calle es, en cierta manera, una elección tras romper con su pasado. No obstante, allí abajo del puente, la procedencia no importa. “Aquí todos somos iguales”, sentencia Jorge mientras con parsimonia desmenuza varias colillas para fumarse el primer cigarro del día. “En mi barrio esto no lo haría nunca, la necesidad me obliga”, apostilla. Pese a la precaria situación en que se encuentran, el heterogéneo grupo se aviene bien y aquellos que cobran alguna ayuda –los que menos– colaboran en la manutención de “los compañeros”. La verborrea de Pedro y sus contactos en los supermercados hacen el resto. Pese a que todos han pasado por algún albergue municipal, ninguno ha cuajado en las políticas de inserción, se encuentran solos e ignorados. La desesperación y la desidia son una constante que se intenta diluir en ocasiones con alcohol. El ‘cartón’ ayuda además a que “el tiempo pase más rápido”, según Pedro, un ex-legionario que ya cuenta con cuatro años en la calle. A su lado, ‘el Pibe’ apura las últimas gotas de Don Simón entonando el último tango de la noche, a él le condenó su pasaporte. Los días a la intemperie pesan como una losa. El deterioro personal es, en algunos casos, palpable y las fuerzas flaquean sin un horizonte claro en una existencia caótica y anónima. Mientras, el grupo se consume guarecido bajo uno de los símbolos de la Barcelona moderna esperando el inicio de una multimillonaria transformación urbanística que supondrá su desalojo.