Cuatro conclusiones sobre un conflicto olvidado
Por Andreu Jerez
- Lectura en 3 minutos - 609 palabrasCiudad kurda de Mardin, situada en el sureste del Estado turco.
Empecé este viaje hace dos semanas con el pretencioso objetivo de diseccionar al actual estado de la “cuestión kurda”. Un objetivo extremadamente complicado teniendo en cuenta que nada es lo que parece en un mapa político turco, en el que los intereses de las diversas partes implicadas se entrelazan e incluso se intercambian. Sin embargo, tras una veintena de entrevistas, la lectura de artículos e informes, y la pura observación, puedo decir que he alcanzado una buena visión general de la situación. Lanzo ahora cuatro conclusiones sobre este conflicto olvidado por los medios occidentales: - El proceso de democratización de Turquía, acelerado durante la última década con el proceso de acceso de Turquía a la UE, está directamente relacionado con la solución del conflicto kurdo. La guerra librada entre el Estado y el PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) desde 1984 ha generado gran parte de la lesión de los derechos humanos que han tenido lugar en Turquía desde el último golpe militar a principios de la década de los ochenta. Así las cosas, el proceso de democratización del Estado turco sólo podrá culminar si la “cuestión kurda” encuentra una solución definitiva que acabe con la represión y el asesinato como herramientas políticas. - La raíz del conflicto reside en la misma fundación de la República turca en 1923 por Kemal Atatürk bajo la frase “una nación, una lengua, un líder”: una sentencia que explica el conflicto interno que sacude al país. La Constitución turca contiene elementos étnicos y racistas, pues califica a sus ciudadanos como “turcos” cuando la naturaleza del Estado y sus ciudadanos es multiétnica, multinacional y multirreligiosa. A raíz de la fundación de la República, basada en el secularismo institucional, la orientación hacia Occidente y el culto a la figura de Atatürk, el kemalismo fue capaz de asimilar a todas la minorías existentes dentro del Estado. A todas menos a una: la kurda que, con alrededor 15 millones de personas en una población total de 75, se ha resistido a ser asimilada. Y la última expresión violenta de esa resistencia se llama PKK. - El actual gobierno del islamista moderado AKP, del primer ministro Recep Tayyip Erdogan, llegó al poder con un perfil menos nacionalista y más dialogante. Utilizando la religión como herramienta unificadora de todos los grupos nacionales, dado que el Islam es la religión mayoritaria de la población del Estado turco, se ha ganado el apoyo incluso de parte de población kurda. Sin embargo, en los últimos tiempos el Gobierno de Ankara ha venido desarrollando un perfil más nacionalista estrechamente relacionado con el resurgimiento de Turquía como potencia regional en Oriente Próximo y el norte de África. No en vano, algunos expertos ya hablan de un “neokemalismo” encarnado por el Gobierno de Erdogan. El nacionalismo, desde luego, nunca será el camino para la solución… -…así como tampoco lo serán las armas. El Estado lleva intentando acabar militarmente con el PKK desde hace casi 30 años. Infructuosamente. Asimismo, el PKK, con entre 3.000 y 5.000 guerrilleros, nunca será capaz de ganar un guerra contra un enemigo enormemente superior. Sólo el diálogo hará posible la paz. Ello debe ser comprendido tanto por parte del BDP como por los principales partidos turcos. En ese sentido, la política y los medios de comunicación turcos tienen la obligación de realizar una tarea didáctica con una opinión pública marcadamente nacionalista, y que actualmente no está preparada para ver como su gobierno hace concesiones al PKK y su brazo político. Por su parte, los medios y gobiernos occidentales deberían dedicar algo más de su tiempo a este conflicto olvidado.